Piel de vuelta

Me considero víctima de una imprudencia, un juego hecho para no tener consecuencias, y sin embargo me cambió la vida en un minuto.
Una tarde hace ya trece años, trabajando como empleada en una óptica, un compañero sin ganas de hacer otra cosa que el tonto, se entretenía con un mechero y un bote de alcohol, quería ver la marca que dejaba la quemadura de unas gotas de alcohol en una mesa lacada. Un inconsciente. Yo me encontraba en el lado opuesto de la mesa, casi de espaldas y sin ver la cantidad de alcohol que pareció caer a la mesa, solo recuerdo verle soplar porque él se quemó la mano y como la llama venía directa a mi tripa. Se me quemó la ropa y me prendí. Recuerdo taparme la cara y oír gritos a mí alrededor, luego vino el SAMUR… así empezó el resto de mi vida.

De ahí directa a la Unidad de Quemados de La Paz, donde estuve ingresada dos meses y medio. Casi el 40 % del cuerpo quemado con quemaduras de segundo y tercer grado, respiración asistida y coma inducido, al inhalar aire caliente y humo también me quemé las vías respiratorias altas.
Los médicos de urgencias me daban escasas horas de vida.
Sobreviví.
Síntomas y síncopes vagales con paradas cardiacas.
Sobreviví.
Seis cirugías de injertos, curas dolorosísimas, complicaciones añadidas, alimentación específica, stress postraumático, rehabilitación física, prendas de presoterapia y férulas que tardaba una hora en colocarme por todo el cuerpo y me impedían la movilidad, picores desesperantes, inyecciones de cortisona, visitas a cirujanos plásticos, psiquiatra, psicólogo, operaciones posteriores, ansiolíticos, antidepresivos, cremas, parches, mi cuerpo sin regular la temperatura, intolerancia al frío, miedos…
Pero también tenía una hija que acababa de cumplir cinco años y me esperaba, una familia y unas amigas entregadas a cuidarme, y un equipo médico que me devolvió la vida.
Sobreviví.
Pero ya no era la misma, ni por dentro ni por fuera.
Poco a poco voy saliendo de todo esto y dándome a la vida cada vez más, convencida que a pesar del sufrimiento que es parte de la vida, este accidente me ha dado muchas cosas buenas: conocerme, quererme y aceptarme mejor; relativizar y dar importancia a lo que realmente la tiene; valorar y disfrutar de las pequeñas cosas; vivir intensamente cada momento, al día; no hacer planes a largo plazo; he tenido tiempo para criar a mi hija y ahora mucho tiempo para ofrecer a los demás.
Siento que la fortaleza que toda esa experiencia vivida como paciente me ha dado debo entregarla a los demás. Como dijo el psiquiatra y escritor austriaco Victor Frankl: «Para dar luz tienes que soportar bien el fuego», (jajaja, literalmente yo bien lo soporté…). Ante mi accidente nunca tuve una actitud de victimismo absurdo, de «¿por qué a mí?», «pobre de mí», eso me hubiera hundido mucho más. El sufrimiento es una parte consustancial de la vida, como las alegrías, y lo he vivido así siempre. Hace tres años tuve problemas de salud de otra índole, que gracias a Dios ya están resueltos y me tuvieron ocho meses en reposo.
En el año 2010 decidí volver a mi mundo profesional de la mano de una ONG farmacéutica a la que dedico la mayor parte de mi tiempo, Farmacéuticos en Acción, me recibieron con los brazos abiertos, a su personal voluntario les agradezco la confianza que depositan en mí cada día y todo el ejemplo de solidaridad que me demuestran.

Stand Farmacéuticos en Acción
Y hace casi dos años -al acercarme a hablar con tres voluntarios del Hospital de la Princesa- conocí Desarrollo y Asistencia. Precisamente el día que cumplía 50 años. Este es el estupendo regalo que me hice a mí misma.
Ahora vuelvo a llevar una bata blanca, pero de otra manera, transformada por los hechos, orgullosa de mis cicatrices que no me importa que miren, con ánimo de ayudar a los demás a que sobrelleven las suyas.
Dios nos ha dado a los hombres la capacidad de enfrentarnos y plantar cara al dolor que no podemos evitar, los animales no tienen esa capacidad, y debemos aprovecharla intentando transformar ese dolor en la medida de lo posible en algo positivo, en algo que sirva al resto de personas en la misma situación, convertirlo en apoyo, en ánimo, en empatía, en comprensión. Ese es el sentido que le doy a todo lo que yo pasé y eso es lo que yo ofrezco en mi labor de voluntaria.
Los accidentes ocurren porque ocurren. Circunstancias que se dan al mismo tiempo con unos resultados muchas veces catastróficos y desafortunados; pero está en nuestra mano poder transformarlo en algo constructivo que pueda ayudarnos y enriquecernos a nosotros mismos y a los demás.
Creo que las recompensas más ricas de la vida se encuentran en los momentos de afecto desinteresado por la familia y por los amigos, pero también en la bondad y en la hospitalidad que brindas a la gente anónima que recurre a ti.
Salgo cada miércoles de La Princesa llena de la energía y el agradecimiento que me dan las personas a las que pretendo ayudar, y eso me produce muchísima satisfacción. Y otra vez me refiero a las palabras de Victor Frankl: «Cuanto más te ocupas de las necesidades de los demás, más descubres que las tuyas quedan satisfechas».

Ana Rodrigo
Tesorera y voluntaria de Farmacéuticos en Acción.
Voluntaria de Desarrollo y Asistencia.

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